Acogedora y festiva, culta e histórica, Tailandia ofrece mil atractivos, desde llamativos templos y playas tropicales hasta la siempre reconfortante sonrisa de su gente.
Arena entre los dedos
Con su largo litoral (en verdad dos) y unas islas de corazón selvático fondeadas entre aguas azul celeste, Tailandia es la escapada tropical ideal tanto para los hedonistas como para los eremitas, tanto para los príncipes como para los mendigos. Su oferta lúdica es realmente variada: surf en Ko Lipe, tiburones ballena en Ko Tao, acantilados en Krabi, kiteboard en Hua Hin, fiesta en Ko Phi-Phi, spas en Ko Samui y ambiente playero por doquier.
Una mesa abundante
Alabada en todo el mundo, la cocina tailandesa refleja los aspectos fundamentales de la cultura del país: generosidad, calidez, frescura e informalidad. Los platos se elaboran con ingredientes autóctonos, desde el penetrante limoncillo y los ardientes chiles hasta el gustoso marisco, y combinan cuatro sabores básicos (picante, dulce, salado y agrio), todo ello disponible en los puestos de fideos de Bangkok, las marisquerías de Phuket y los tenderetes de cocina birmana de los mercados de Mae Sot, entre otros lugares. Los cursos de cocina revelan la sencillez y la historia de unas recetas a primera vista complicadas.
Espacios sagrados
Los relucientes templos y budas dorados enmarcan tanto los entornos rústicos como los modernos. Las ancestrales higueras de Bengala se visten ceremoniosamente con telas sagradas para honrar a los espíritus residentes, pequeños altares adornan y protegen desde los hogares más humildes hasta los grandes centros comerciales, y las guirnaldas en los salpicaderos de los vehículos salvaguardan a sus ocupantes de los accidentes de tráfico. Luego están los retiros de meditación de Chiang Mai, las fiestas religiosas del noreste, las cuevas-santuario de Kanchanaburi y Phetchaburi, y los templos cimeros del norte.
Campos y junglas
Entre las abarrotadas ciudades y los pueblos palpita un corazón rural de arrozales, selvas tropicales y aldeas achaparradas que se rigen por el reloj agrícola. En el norte, en medio de la fronda y el campo despuntan afiladas montañas azules con cascadas de aguas plateadas. Al sur, entre los cultivos se alzan escarpados peñones calizos cual rascacielos prehistóricos. Durante la estación de lluvias, el noreste (normalmente árido) deslumbra con los tonos esmeralda de los tiernos brotes del arroz que alfombran el territorio.
Lo primero que se me viene a la cabeza al rememorar Tailandia es la comida. Pero rápidamente me embarga la sensación de libertad que me da recorrer el interior del país en motocicleta y los ajetreados mercados matutinos, o una noche de fiesta en Bangkok, y las sorpresas, nuevas y viejas, que prácticamente surgen en cada desvío, como playas de arenas blancas, selvas, ruinas antiguas y templos budistas. Es cierto que la comida me encanta, pero si lo vuelvo a pensar, Tailandia ofrece mucho más.
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